“Rara mezcla” porque todo está, al mismo tiempo, silenciosamente cuestionado. Quién diría que en esta región, verde intenso, de plantaciones de café, tabaco y frutales, existe una guerra de baja intensidad, como gustan llamarla algunos. Quien diría que en este pedazo de tierra indígena persiste una resistencia enérgica y descomunal contra el capitalismo mundial, el sistema de consumo, el modelo de producción y de explotación del hombre y de la naturaleza al que nos hemos acostumbrado tan inocentemente. La desmedida escala entre los oponentes no parece sin embargo darle miedo a nadie por aquí. La memoria de las injusticias y la voluntad de cambiar la realidad es demasiado fuerte como para flanquear.
Las geografías y los calendarios no son por aquí los de las finanzas, las decisiones del Estado, las de los tiempos desasociados de la naturaleza. Todo lo contrario. En estas comunidades existe la búsqueda - que en otros lados otros también recrean - de recuperar la vida y sus ritmos, la naturaleza y sus símbolos, la libertad y el amor a la sabiduría profunda de las cosas y los seres. La primera diferencia de estos rebeldes con otros, es que el ejercicio de estas búsquedas encuentran aquí toda su radicalidad, su profundidad, su pureza. La segunda diferencia es que la práctica no se deja al azar de la conciencia individual: solo el colectivo hace de la práctica una lucha. La tercera es que esas búsquedas se enfrentan de imprevisto y casi cotidianamente a la sangrienta represión estatal, disfrazada de bandas caquis y mafiosas que construyen sus castillos militares en los alrededores del Estado de Chiapas.
La resistencia por aquí lleva el color de la piel de quienes la encarnan. Color piel, porque resistir es vivir, únicamente de este modo. Claro, la resistencia en este rincón de mundo tiene un precio alto, el de las miradas furtivas de los jóvenes y de los no autorizados “a contar”. Pero ese mismo precio es más alto y los pagamos también por allá, lejos de estas tierras, sin conciencia y con sumisión. La resistencia en tierras zapatistas lleva además el color del mango, del café y de los tejidos de las cooperativas de mujeres. Naranjas, marrones, verdes y violetas: alegría de ser, voluntad de seguir siendo, esfuerzo por darse a conocer. Aquí hasta el tiempo resiste: al llegar, la somnolencia de las sembradíos abraza hasta adormecer, para que una vez envuelto en sueños, el visitante acceda a creer - ahora sí dejándose caer y sin renuencia - que esta humanidad es posible y existe.
Visita al Caracol Oventic,
comunidad zapatista libre y rebelde, Estado de Chiapas, México, Abril 2010